Queremos abrir en el espacio virtual de El Arce, una ventana para el ejercicio del pensamiento, que a través de comentarios y análisis de eventos que resuenen de algún modo, evidente o recóndito, en el universo de la producción y difusión de artes escénicas, enriquezcan la reflexión y el diálogo. Aquí va un primer intento.
Con cierta prisa fui a ver la exposición sobre la obra de Stanley Kubrick que se exhibe en la Cineteca Nacional, pues se acerca la fecha de clausura, había leído algo e imaginado más, de un cineasta que siempre me ha gustado mucho. Lo que se exhibe, si bien es menor de lo que había supuesto, deja ver ricos procesos de elucubración creativa y rigor en estrategias de producción.
Guiones, Story boards, pistas sonoras, piezas de vestuario y utilería pueblan el recorrido, a través de infinitas y agotadoras escaleras. Sin embargo, lo que más me llevo, son apuntes para el desarrollo de guiones y sobre todo comentarios sobre el quehacer de un director; en uno de ellos me quiero detener, pues lo relaciono mucho con el trabajo en esa área. Resulta que Stanley era muy aficionado al ajedrez, que lo acompañaba en todos sus procesos de rodaje, sobre ello comenta: “Entre las tantas cosas que el ajedrez te enseña, está el controlar la emoción inicial que uno siente cuando algo se ve bien. Te entrena a pensar antes de agarrar y a pensar igual de objetivamente cuando enfrentas un problema.”
Esa opinión la consideré de inmediato aplicable a los procedimientos de escenificación teatral, recordando muchos pasajes, casi diría paisajes o espejismos, propios y ajenos.
Así, conecté la apariencia y fragilidad de una imagen bella en la escena, con el espectáculo que en días pasados presentó la compañía suiza Finzi Pasca, Per te. Su director, Daniele Finzi, evoca a su fallecida esposa Julie, productora de la agrupación, a través de sus gustos, colores favoritos, frases acerca de la pérdida de seres queridos y reflexiones en torno al circo; con ese pretexto, a lo largo de más de dos horas vemos un desfile de virtuosos del teatro físico, acróbatas, gimnastas, bailarines, músicos, clowns, y unos poderosos ventiladores de piso que ponen a flotar piezas de tela, plásticos, bolas de unicel, globitos, a la manera del artista Daniel Wurtzel.
En efecto, la belleza inicial de varios momentos provoca azoro, se reconoce la eficacia del acomodo de las piezas del espectáculo, las complicaciones por las que debe pasar el traspunte, pero al cabo de minutos, uno sabe que hay repetición pero no sorpresa, habilidades y saberes que carecen de síntesis. A eso habrá que añadir lo molesto de estar en un teatro de más de mil quinientas personas donde se pueden comer hot-dogs, nachos o palomitas sin problema alguno.
Finzi se fue con la finta del ajedrecista, tan común en directores que inician su carrera: si se ve bien, funciona.
De manera que, para volver a Kubrick, cada vez que se reiteraba hasta el aburrimiento la aparición de los ventiladores, acróbatas, contorsionistas o bancas voladoras, imaginaba que cada rutina era como un renglón de la novela que fabula Jack Nickolson en el hotel abandonado de El resplandor: “All work and no play makes Jack a dull boy”.